El final del verano llegó y tú partirás,
Yo no sé hasta cuando mi amor recordarás.
Este 2016 se cumplen cincuenta años de la publicación del libro "Últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé, un verdadero clásico de nuestra literatura más contemporánea que se unió a ciertas tendencias renovadoras en cuanto a estilo narrativo que tuvieron lugar a partir de la segunda mitad del siglo pasado.
La obra es ante todo un reflejo social de la Barcelona de mitad de los cincuenta, el contraste entre la vida de un barrio marginal frente a la pequeña burguesía catalana que habitaba en zonas residenciales, que se va marcando en el desarrollo de sus dos personajes principales: el Pijoaparte, un pandillero que se dedica a robar motos mientras sueña con un futuro de comodidades y lujo, lejos de las chabolas que pueblan el barrio del Monte Carmelo; y Teresa, que representa de alguna manera su antagonista, una rubia universitaria
de larga melena lisa y familia acomodada que sueña con las grandes revoluciones sociales del marxismo y la clase obrera que describen los libros que lee en la universidad.
Él reniega de su pasado y de su presente; ella no está conforme con la vida burguesa de sus padres, y de la que por supuesto es beneficiaria; ella no ha elegido ser rica, él no ha elegido ser pobre; y en ese determinismo social al que se ven abocados, navegan entre sueños de grandeza suspirando por el futuro que los inocentes protagonistas creen estar destinados. Estos ideales opuestos se ven hilvanados por el amor y la sexualidad contenida; el sexo también muestra la división social y sus clases: una mayor libertad, o un menor pudor, en las clases bajas por una mayor reticencia en las clases más altas; pero sobre todas las cosas, la historia del Pijoaparte y de Teresa se va construyendo sobre un sarcasmo, a veces hiriente y cruel, que Marsé utiliza con suma habilidad.
Las últimas tardes son el amor de un verano en la playa, una epifanía fugaz que nos absuelve de nuestra rutina y nos eleva hacia unos paraísos artificiales, los cuales, según decía Baudelaire, "constituyen la imposibilidad de ser feliz". Los paraísos de Baudelaire procedían del opio y del hachís, por lo que cuando el efecto pasa, volvemos a nuestra vulgaridad en la que nos encontramos a personajes como Hortensia (flor sin aroma) quien supone la aceptación de una vida miserable en un barrio odioso; ella también tiene sueños, pero no aspira a la gloria, tan solo se conforma con sentirse querida entre una gran nada; una resignación vital impregnada con un odio seco y maloliente, con un cinismo nefando que marcará el destino del Pijoaparte, quien representa el amor soñado y su única posibilidad de ser feliz; o al gran líder, y novio de Teresa, Luis Trías, fagocitado por sus ideales revolucionarios, por el miedo al fracaso, por ser incapaz de estar a la altura de lo esperado y exigido por su propia vida, por una popularidad hueca mediante la cual solo busca, al igual que el Pijoaparte, acostarse con Teresa.
Todo es un espejo social debidamente deformado y expuesto, como si estuviéramos en el callejón del gato en Madrid; como si Valle-Inclán empuñara la pluma de nuevo y nos mostrase unos personajes caricaturizados y a su vez tan reales; una vivisección hecha en la cama de un hospital con la muerte mirándoles a los ojos, buscando arrancarles los sueños, las esperanzas, las ilusiones, despojándolos de aquello que los mantiene vivos en un mundo que todavía no comprenden. Un cuento de hadas sin milagro, que cantaba Lapido; Albert Camús y la Cenicienta; los personajes viven esperando el día de su resurrección.
Y así concluye la novela, con una sonrisa en la boca y cierto amargor en el cuerpo, un final cerrado abierto a miles de interpretaciones, cada cual hace la suya, mientras, nosotros nos preguntamos… ¿qué habrá sido de Teresa y del "xarnego"?
No hay comentarios:
Publicar un comentario